jueves, 4 de abril de 2019

La crueldad como proyecto de nación - México, 40 años de guerra sucia y violencia de estado


Si en este país hay un sospechoso, es la policía.
Luis González De Alba

El presente trabajo pretende enlazar historias sobre el violento proceso de configuración de nación
que mediante una “Democracia impuesta a palos” ejecutó el Partido Revolucionario Institucional entre 1960 y 1990. Por un lado se pretende echar mano de la narrativa que nos ofrecen autores como Benedetti, Taibo y Mejía Madrid, que a su modo y desde su trinchera estudian y comprenden el fenómeno y por el otro externar reflexiones personales. Parto de la hipótesis de que violencia y poder no son términos conceptualmente lejanos entre sí. Pues la historia de las estructuras del poder en México para la segunda mitad del siglo XX está colmada de evidencias en que el Estado excede el uso de la fuerza cuando su legitimidad se ve cuestionada o debilitada por el simple hecho de sospechar un riesgo por mínimo que este sea respecto a la pérdida de su autoridad, situación que se transforma en tentación para que en nombre de la ´Seguridad nacional´ o el ´Estado de Derecho´ se opte por el uso de la violencia, una violencia irracional, con gran derroche de recursos.

En la historia de México regularmente aparece la violencia cuando el poder está en peligro… En muchos casos carente de razones justificantes y con desplazamientos erráticos, cuando en realidad se trata de la más desnuda crueldad que se ejerce desde arriba con el único objetivo de mantener el status quo de las clases dominantes.

Nepantla, octubre de 1973
La “casa grande”, “la de las Jacarandas”, es un lugar cuyo letrero dice: MAQUILADORA DE CARTÓN, S. A., en la calle Jacarandas número 13 de Nepantla y que alberga a’ un puñado de militantes del Frente de Liberación Nacional (PLN), cuya filosofía es casi pacifista: “Somos soldados de la conciencia. No asaltamos ni secuestramos porque eso no forma cuadros, ni educa al pueblo, ni colabora a formar al Hombre Nuevo”. Mientras que el resto de las guerrillas mexicanas asaltan camionetas de valores, bancos y secuestran empresarios y al cuñado del presidente Echeverría
El FLN tiene tres casas de entrenamiento en Monterrey, Nepantla y Ocosingo. Mario Sánchez Azcona es el responsable de la de Monterrey, el Profe Gabriel Anselmo de la de Nepantla y César Yáñez de la de Ocosingo. Le digo esto porque ya seguro averiguó que estamos hablando del origen del Ejército Zapatista de Liberación Nacional de Chiapas. (Mejía Madrid, 2015)

La represión del movimiento ferrocarrilero (1958), el asesinato de los guerrilleros que asaltaron el cuartel militar de Madera (1965), la masacre de Tlatelolco (1968), la represión brutal del jueves de corpus (1971), la masacre de Nepantla (1973); y la persecución que la Dirección Federal de Seguridad (DFS) ejerció a manos de  Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro, con su “Brigada blanca”, aplicando la justicia a base de tehuacanazo, picana y tortura en sus modalidades más brutales, sobre cualquier ciudadano considerado como sospechoso de subversión. “Este país es muy extraño: alguna gente se siente culpable por no haber sido asesinada, mientras que la mayoría miró para otro lado cuando Gutiérrez Barrios, Nazar y los demás de la Brigada Blanca torturaban, asesinaban y desaparecían” (Taibo, 2010). Muestra clara de que los fines de la crueldad no responden a la razón sino a la practicidad. Algo muy común en la historia de la violencia política contemporánea, pues por la inmediatez de sus efectos nunca dejará de ser un tentador instrumento para conseguir los propios intereses de las clases dominantes y vencer la resistencia del contrario. A lo largo del siglo XX se montaron un conjunto de matrices legales represivas que se alimentaron así mismas durante décadas, demostrando su efectividad de control, vigilancia y delación, en detrimento del fortalecimiento de los lazos de solidaridad social, indispensables para la consolidación democrática y el ejercicio de una cultura de paz.

Nepantla, 26 de octubre de 1973
A las once de la noche los agentes lanzan una bengala para que los más de treinta soldados entren a la casa. El gusto de los represores mexicanos por las bengalas, amigo. Todo se llena de gases lacrimógenos. Deni Prieto es miope y no puede alcanzar sus lentes. Sale con la noche borrosa, estrellándose contra los muebles, desorientada. Tres soldados le pegan nueve tiros. A los dieciocho años, con cuatro meses de una educación guerrillera en la que nunca aprendió a disparar, cayó en el patio de la casa. Mueren: Carmen Ponce, Deni Prieto, el Profe Anselmo Ríos, Zárate Mora y Mario Sánchez Azcona. En la casa de junto son detenidos Elisa Benavides y Raúl Morales Villarreal. Treinta soldados, agentes de la Federal de Seguridad, gases y armamento de alto calibre para siete chicos que decían ser “soldados de la conciencia”. (Mejía Madrid, 2015)

Lo que México y toda América latina experimentó entre las décadas de 1960 y 1990 respecto a la represión política fue consecuencia directa de la política de “Guerra fría” alimentada por una espiral ideológica desde el Norte continental, en donde el “otro” (el que piensa o se ve diferente) ya no corresponde a una escala de valores humanos como tú o como yo. Sino que se desarrolla una mutación moral en la sociedad occidentalizada, tendiente hacia la  animalización del adversario, así de alguna manera quedan justificadas las peores atrocidades cometidas por los “proyectos pacificadores”, en contra de grupos minoritarios.


Los Halcones, junio de 1971
Esa cosa turbia, violenta, había dado señales de vida anteriormente. Primero durante la huelga de Ayotla Textil, cuando los grupos paramilitares aparecieron de la nada, disparando, saqueando, amedrentando a los huelguistas ante la mirada burlona de la policía. Luego en algunas concentraciones en el Politécnico, poco antes del 10 de junio. A pesar de las señales, desde el ojo cándido de la izquierda universitaria, ninguno de los dos fenómenos fue apreciado como algo más que la permanente y en ascenso presencia de las porras y del gansterismo estudiantil que habían hecho su aparición en las escuelas, tras la derrota de 1968. No parecían ir más allá que las pequeñas bandas, que con comportamientos erráticos, pero siempre gansteriles, pululaban por la Universidad, al calor de las drogas introducidas por las autoridades en las verdes explanadas de la Ciudad Universitaria, y los subsidios derramados desde alguna de las dependencias de Rectoría. Bandas de ocho, diez, quince abyectos personajes que robaban, violaban, se emborrachaban en los patios, abusaban de los alumnos de nuevo ingreso, y se justificaban socialmente en los partidos de futbol americano como porras. (Taibo, 2010)

Durante la segunda mitad del siglo pasado, casi todos los gobiernos latinoamericanos respondieron de la misma manera ante los reclamos sociales, totalmente fuera de la legalidad, en mayor o menor medida operaron mecanismos de intimidación, represión, tortura y desaparición; elementos comunes que responden a un plan más allá de las políticas internas de cada país. Un plan fraguado, financiado y técnicamente ejecutado desde los intereses del capital estadounidense, me refiero a la confrontación ideológica entre los dos grandes bloques económicos de la época, pero en clave Latinoamericana y la implementación de lo que conocemos como los terribles años de la “Guerra sucia” entre 1960 y 1980. El apoyo económico y la asesoría militar en la “Escuela de las Américas” de Panamá[1] recibió a cambio múltiples beneficios económicos: petróleo, gas, apertura a la inversión, extensiones ingentes de territorio.

  Calzada México-Tacuba 10 de junio de 1971
El 10 de junio, cuando se decidió volver a tornar la calle, sólo se esperaba la constante presencia de los granaderos, la mancha azul, de ojos hoscos, ahora con seis unidades antimotines estrenadas hacía un par de meses, a las que la mitología estudiantil atribuía poderes extraños y múltiples, como arrojar gases, arrojar agua, arrojar pintura, arrojar balas blindadas, arrojar balas simplemente, tirarse pedos y tocar el himno nacional, a más de hacer sonar sirenas que ensordecían, utilizar rayos infrarrojos en las noches, atropellar al que se dejara y ser inmunes a las bombas molotov.
Y sí, ahí estaban rodeando el Casco de Santo Tomás los seis antimotines nuevecitos, azul grisáceo y mate. Y estaban un par de batallones de granaderos, renovados en los tres últimos años con jóvenes campesinos sin tierra de Puebla, de Tlaxcala, de Oaxaca, que habían venido a llenar los huecos de los desertores de 1968, quienes habían pasado el obligado período de embrutecimiento entrante, que habían comenzado a gustar del pequeño poder, de la pequeña impunidad que da el uniforme; que incluso habían tenido su breve inyección de ideología bárbara tipo: los estudiantes están contra la Virgen de Guadalupe, el comunismo quiere acabar con México y con los niños héroes, nosotros somos el último bastión de la patria; y que encubrían su miedo con nuestro miedo. (Taibo, 2010)

En este contexto represivo en México, aun cuando no gobernaba un régimen militar y se otorgaba asilo a miles de perseguidos políticos de las dictaduras del mundo y el discurso oficial rondaba términos como democracia, apertura política, e incluso solidaridad con el pueblo cubano, como lo recuerda Felipe Victoriano  “la intervención político-militar… cobró la vida de un número aún no precisado de estudiantes… inauguró un periodo de intervención radical de la sociedad que tuvo como característica central el uso del ejército y sus tácticas de guerra en contra de su propia población civil.” (Victoriano, 2010, pág. 179). El saldo es funesto, cientos de desaparecidos, miles de presos políticos, decenas de intelectuales exiliados, mientras que desde casi todos los ámbitos gubernamentales la postura oficial se caracteriza por la negativa a aceptar responsabilidades y el olvido de los hechos; silenciando las voces de la memoria, entorpeciendo las pocas investigaciones y encubriendo a los responsables, a diferencia de nuestros vecinos del sur, en donde oficialmente se reconocieron ya muchos casos de este periodo doloroso en el pasado regional e incluso somos testigos de recientes intentos de impartición de justicia y desagravio. “La dictadura perfecta”, como en su momento lo llamó Mario Vargas Llosa (País, 1990)

Calzada México-Tacuba 10 de junio de 1971
Pasamos por los pasillos de Melchor Ocampo, de San Cosme, de calzada de los Gallos. Ojo ahí, el cerco estaba roto por el occidente, quizá un tanto bloqueado por las rejas de la Normal de Maestros y la propia estructura de las escuelas superiores del Politécnico, y fuimos llegando a la explanada del Casco, punto de partida de seis nuevas reivindicaciones: que no estén chingando en la Universidad de Nuevo León, democracia sindical, libertad a los últimos presos políticos. Y cómo no, cada uno había hecho mal que bien su último análisis de coyuntura y había dicho mal que bien que el nuevo gobierno necesitaba consolidar su apertura, que no podían volver a la represión, que las declaraciones de Echeverría invitaban a la calle. A nosotros, para recuperar nuestro poder, a él, al anfitrión, para demostrar que el México bárbaro de Díaz Ordaz ya no era tal, que los márgenes se habían abierto un poco y que la democracia bárbara daba paso a la bárbara farsa democrática. Total que, bellos, con nuestros vaqueros y nuestras camisas azules, rojas y beige, y los pantalones de pana, y los paliacates al cuello, y las chamarras de gabardina a pesar del calor y las mangas al aire libre de las camisetas, y los pantalones brillantes de las muchachas, y las camisas blancas de los estudiantes provincianos que ahora sí les tocaba porque ellos eran chicos en el Movimiento (el movimiento con mayúsculas, el punto de partida, el no va más de nuestras vidas y nuestros nacimientos, nuestra referencia como humanos frente al país y la vida toda) y ahora si tenían su Movimiento. (Taibo, 2010)

Para fines de este texto hablaremos de guerra sucia a lo largo de tres décadas del siglo pasado 60-70-80 durante los sexenios de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo (pero no podemos omitir que vivimos una violencia de estado brutal en nuestro propio presente). Donde olimpiadas, devaluaciones, pobreza y abundancia macroeconómica coexistieron históricamente con una figura presidencial intocable que en términos reales corporizaba el poder de la nación, penetraba sindicatos, ayuntamientos, medios de comunicación, tribunales y grupos de oposición y declaraba abiertamente una guerra armada y sin misericordia contra cualquier expresión intelectual o armada en oposición a su poder. Se trató pues de un terrorismo de estado que no dio reconocimiento de las expresiones armadas como fuerzas beligerantes, sino que les catalogó como delincuentes, gavilleros y desadaptados sociales, lo que le permitió ejecutar la más sangrienta represión y aniquilación de estos ciudadanos con la justificación social de que se perseguía simples delincuentes.

Calzada México-Tacuba 10 de junio de 1971
Luego la sorpresa de que a pesar del cerco llegábamos a los diez mil y hasta más, y hasta a los quince mil, y hacíamos del miedo colectivo la demostración de que el miedo no podía paramos del todo y allí estábamos, y entonces salían de las chamarras las banderas rojas cuidadosa, amorosamente ocultas en la llegada, y se desplegaban en palos salidos de las escuelas del Poli, y brillaban las mantas lanzadas al aire con las viejas consignas bajo nuevas letras. Era la euforia, una euforia teñida por el agridulce sabor del miedo derrotado, pero presente.
Apenas hubo tiempo para reconocer a los amigos, para identificar a los grupos, para saludar. Ah caray, cómo se chocaban las manos entonces con el pulgar propio apuntando al corazón, el encuentro y los dedos cerrándose, chasqueando sobre la mano reconocida del amigo. Cuando salimos, abría la marcha Economía de la Universidad, y luego Economía del Poli; caras reconocidas de estudiantes que acababan de salir de la cárcel o regresar del exilio. La columna avanzó por la calzada de los Gallos y bajó por la avenida de los Maestros, sonaban los primeros cantos. La punta llegó a la calzada México-Tacuba y la cola estaba aún saliendo del Casco. (Taibo, 2010)


Así el estado mexicano al no contar con elementos jurídicos para dirigir a todo un ejército contra simples delincuentes se vio obligado a crear grupos de acción clandestina que actuaron bajo el auspicio y observación del poder ejecutivo. El escuadrón Olimpia y la Brigada Blanca son dos ejemplos que conocemos de estos grupos que en total clandestinidad ejecutaron un programa de eliminación sistemática sin manchar públicamente la imagen institucional de las fuerzas de seguridad. En términos generales, el ejército mexicano actuó en las zonas rurales y Dirección Federal de Seguridad en las ciudades y aunque es difícil identificar el nivel de complicidad entre ambas instituciones, es factible señalarles como coautores responsables de múltiples operaciones conjuntas; prácticas ocultas, en donde toda regla podía ser transgredida y ni pensar en la observancia de tratados internacionales sobre el respeto a los Derechos Humanos.


Calzada México-Tacuba 10 de junio de 1971
Salieron de las calles laterales, iban gritando: Viva Che Guevara. Los granaderos les abrieron el paso y los dejaron cruzar entre sus filas, las pancartas se desnudaron y se volvieron garrotes y chocaron con la columna. El viva Che Guevara se transmutó en un sorprendente viva LEA, cabrones. Entraban por Sor Juana, por Amado Nervo, por Alzate. En un punto chocaron contra los grupos de la Preparatoria Popular. Tras la sorpresa, las huestes de la prepa pop se reorganizaron y cargaron contra los intrusos. A media calle un estudiante de Comercio repartía garrotazos a los invasores. La manifestación había sido detenida en la punta por los granaderos, en la calle se combatía a palos, muchos estudiantes corrían, la cola había sido cortada.
Entonces sonaron los primeros tiros, los granaderos se habían retirado y la manifestación pareció que salía hacia el Cine Cosmos, parecía que los agresores habían sido derrotados, al fin y al cabo no más de tres centenares con palos, aunque supieran kendo, y gritaran cuando cargaban, y estuvieran entrenados, no podían frente a la mexicana alegría de una generación de estudiantes que, aunque clasemedieramente intelectualizados, habían tenido sus escuelas de violencia en los barrios, en la vida cotidiana y en el movimiento del 68. Entonces sonaron los primeros tiros, una ráfaga de ametralladora sobre la cabeza de la manifestación disparada desde un coche en marcha, y los agresores volvieron nuevamente con rifles M1 y pistolas, y ametralladoras y más palos, y los granaderos se abrieron nuevamente en las calles laterales para dejarlos pasar.
Algunos, los que todavía podían oír, los que escuchaban, registraron un grito lanzado por los jóvenes de pelo corto que atacaban a la manifestación.- ¡Halcones! (Taibo, 2010)


Detenciones arbitrarias, cárcel sin proceso judicial, desapariciones forzadas, masacres en comunidades indígenas, picana, pocito, violaciones sexuales, simulacros de fusilamiento, vuelos de la muerte… Fueron prácticas cotidianas para reducir la dignidad de civiles que pensaron diferente al régimen priista, algunos incluso culpables sólo de apoyar material o moralmente a estos grupos inconformes, es decir, su base social. “Por eso no te oculto que me dieron picana, que casi me revientan los riñones. Todas estas llagas, hinchazones y heridas que tus ojos redondos miran hipnotizados, son durísimos golpes, son botas en la cara. Demasiado dolor para que te lo oculte, demasiado suplicio para que se me borre” (Benedetti, s/f) Tecnología represiva, centralizada que apoyada por los medios de comunicación de la época, en nombre del gobierno federal y locales diseminaron ideologías transfiguradas en monstruos, en clara estrategia para justificar su actuar.


Calzada México-Tacuba 10 de junio de 1971
Ahí quedó una tarde de terror, más de cuarenta muertos, la Cruz Verde asaltada para llevarse a los heridos por la fuerza, los disparos contra la multitud, el cerco policial y más tarde la llegada del ejército, las detenciones, los cateos en las casas donde muchos se habían podido esconder, la desbandada de la cola de la manifestación, las persecuciones por las azoteas, los disparos sueltos de los francotiradores que duraron hasta el oscurecer, los granaderos que observaban, a veces aparecían y disparaban gases contra grupos sueltos de manifestantes que no podían acabar de decidirse a huir del horror y deambulaban por la zona como si tuvieran una deuda de honor que les impedía apartar los ojos de la matanza.
Hacia las siete y media comenzó a llover y los charcos de sangre se deslavaron en las aceras. La verja de la Normal Superior se había hundido bajo el peso de los que intentaron huir saltando sobre ella. Una ambulancia con las ruedas ponchadas se había quedado en la esquina de la México-Tacuba y avenida de los Maestros, la luz roja oscilaba en el techo mientras se escuchaban los últimos tiros. Hacia las ocho de la noche el ejército controló totalmente la zona, los tanques aparecieron. (Taibo, 2010)


“Si bien no hay poder sin represión y ésta muchas veces constituye su columna vertebral” (Calveiro, 2002), aunque en las sociedades occidentales esta concordancia tiende a ocultarse, e incluso a negarse, para presentarse como estructura natural de las relaciones sociales occidentales en la medida en que para preservarse, se institucionaliza al grado tal que el ciudadano termina normalizándola y adhiriéndola a su rutina diaria, lo que significa que desde las instituciones se crean mecanismos para imponer legalmente el poder sobre los otros, una veces de manera obvia a partir de la fuerza y la represión y otras de modo oculto, con esa forma tan nuestra donde “con dinero baila el perro” en una región en la que “el que no tranza no avanza”, en donde no hay razón que establezca límites y a nadie parece más tentador el uso de la fuerza, más que a aquellos que tienen en sus manos el acceso a los medios violentos. No aplican aquí cuestiones éticas que expliquen el hecho de que la crueldad sea siempre más utilizada por el régimen establecido que por sus contrincantes, sino porque por razón de su potencia ha tenido más oportunidades.

México 10 de junio de 1971
Las explicaciones oficiales hablaban de un encuentro entre estudiantes, pero ahí estaban las fotos de los M1 reglamentarios del ejército, y las fotos de los granaderos dejando pasar a los hombres armados, y las grabaciones de la radio policiaca donde se registraba la dirección por oficiales de la policía de la intervención de los Halcones. El descubrimiento por Guillermo Jordán, un periodista de Últimas Noticias, de los camiones donde habían sido transportados, propiedad del Departamento del Distrito Federal, pudorosamente pintados de gris, y los campos donde habían sido entrenados en la colonia Aragón y detrás del Aeropuerto, y la selección de los Halcones entre soldados, y la intervención de oficiales del ejército y la policía en el entrenamiento. Y ahí quedaron los muertos, a pesar del escándalo y de la denuncia... Y nunca se abrió ningún juicio, y los expedientes desaparecieron ocho años más tarde. (Taibo, 2010)


En conclusión, la crueldad como práctica política no respeta el pacto de seguridad con la ciudadanía, no responde a los fines que le fueron encomendados al Estado, la verdad es que responde al miedo institucional de su propia debilidad; de la pérdida de su poder, únicamente opera con una sola lógica: el fin justifica cualquier chingadera. Así, se transforma en un instrumento de dominación y opresión; en violencia absoluta que desde el discurso oficial se pretende disfrazar de lucha contra algún enemigo común. En México Las cifras del horror ya son descomunales, hay que tener mucho coraje personal para hacer pública la participación de funcionarios públicos en el exceso de la aplicación de la fuerza para conseguir la paz, afortunadamente quedan algunas voces que se esfuerzan para denunciar estas atrocidades y las numerosas violaciones históricas a los derechos humanos que cometió y comete el estado mexicano en contra de sus ciudadanos.

Referencias

Benedetti, M. (s/f). Hombre preso que mira a su hijo. Obtenido de https://www.poemas-del-alma.com

Calveiro. (2002). Desapariciones. Memoria y desmemoria. México: Taurus.

Galeano, E. (1986). Las venas abiertas de América Latina. México: Siglo XXI.

Garretón, M. A. (1997). Revisando las transiciones democráticas en América latina. Nueva Sociedad(148), 20-29.

Mejía Madrid, F. (2015). Un hombre de confianza. México: Grijalbo.

País, E. (1 de septiembre de 1990). Vargas Llosa: "México es la dictadura perfecta". El País, págs. -. Obtenido de https://elpais.com/diario/1990/09/01/cultura/652140001_850215.html

Taibo, P. I. (2010). Todo Belascoarán. México: Grijalbo.

Victoriano, F. (2010). Estado, golpes de estado y militarización en América Latina: una reflexión histórico política. Argumentos, 23(64), 175-193.






[1] Sitio que se considera el laboratorio en que se perfeccionaron las técnicas de contrainsurgencia y tortura que el pentágono implementó para ser utilizadas en la guerra de Vietnam (Galeano, 1986)