martes, 5 de abril de 2016

África en el mundo de las Grandes revoluciones 1789 – 1848, según Hobsbawm


Hobsbawm, Eric. La era de la revolución. Paidos, México, 2015
El apogeo de la era de las revoluciones del mundo occidental puede pensarse como el principio de la era del terror colonial para el continente africano. Pues Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Portugal y Bélgica organizaron en estos territorios una carrera de imperialismo, intervención y despojo; por un lado tratando de recuperar el flujo de recursos perdidos con las independencias de las colonias americanas y por el otro, en un intento desesperado por afianzar la heguemonía del nuevo orden burgués capitalista.

Si bien a finales del siglo XVIII para el mundo occidental, el continente Africano era una tierra extraña habitada por tribus salvajes y monstruos terribles, algunos aventureros europeos decidieron internarse en sus secretos a la búsqueda de gloria y fortuna, lo que dio inicio a la carrera occidental por cartografiar este continente, a fin de poder contar con un catálogo de recursos disponibles para la explotación de lo que vendría siendo el nuevo régimen, el capitalismo burgués como modelo ideal de la ideología liberal que se desarrollaba en las mentes que controlaban el mundo.

Durante buena parte del siglo XIX se produce una ocupación de la mayoría de los territorios africanos cuyas economías, formas de organización y sistemas culturales sufrirán terribles transformaciones por la colonización europea.

El mayor de los imperios coloniales en África lo construirá Gran Bretaña, quienes dominaron los mares un par de siglos antes. Así su expansión se produjo aprovechando los enclaves que ya poseía en el Mediterráneo, como las bases de Gibraltar y Malta, a los que anexó la isla de Chipre, tras obtener el control del Canal se Suez se expande por Egipto, para controlar Sudan, Kenia y Somalia; mientras por el sur del continente anexa Natal, Orange Transval y Rodesia, con la intensión de formar una gran franja Británica que recorra África de norte a sur; mientras que por el África ecuatorial busca conquistar Gambia, Sierra leona, Costa de oro y Nigeria. Francia controló Marruecos, Argelia y Túnez y la gran franja del sur del Sahara, así como la Guinea Francesa, el Congo y la Isla de Madagascar. Portugal intervino Angola y Mozambique. Alemania por su parte estableció sus colonias en Camerún, Togo, África Sud Occidental, y Tanganica. Bélgica controlaba el Congo Belga y el Lago Chad, justo en el corazón de África. Italia se establece en Libia, Eritea y Somalia del sur. España controla una sección del norte de Marruecos, el Rió de oro y la Guinea ecuatorial.

Particularmente para Hobsbawm durante el análisis historiográfico que ejecuta en “La era de la revolución” la región africana pareciera un tanto desdibujada ante acontecimientos radicales que se estaban dando cita en el viejo continente entre 1789 y 1848, pero de alguna manera alcanzamos a observar modestas referencias al “continente negro” algunas veces como actor secundario que sufre los primeros embates de la modernidad liberal y otras -las menos- protagonista de pequeños sucesos que de alguna manera impactan tanto en el siglo XIX como en el futuro, social, cultural y económicamente en la historia del mundo.

En el apartado número 1. El mundo en 1780-1790; Hobsbawm afirma que “La extensión y altura de las cadenas montañosas europeas eran conocidas con relativa exactitud, pero… las de África (con excepción del Atlas) eran totalmente ignoradas a fines prácticos[1], muestra de ello son algunas ilustraciones sobre la cartografía fantástica del continente en los que los ilustradores dejaron libre a la imaginación para deleite de los amantes de los monstruos. Por otro lado, según Hobsbawm, en 1962 “África tenía una mayor proporción de habitantes que hoy” durante el periodo comprendido entre 1780 y 1790[2], aún que como se observa recurrentemente en la obra no aclara sus fuentes para tales afirmaciones.

Respecto al periodo de tiempo que aborda en su primer capítulo en referencia a la infraestructura de transporte y comunicativa afirma lo siguiente:
“Un sistema de comunicaciones marítimas que aumentaba rápidamente en volumen y capacidad, circundaba la tierra, beneficiando a las comunidades mercantiles de la Europa del Atlántico Norte, que usaban el poderío colonial para despojar a los habitantes de las Indias orientales de sus géneros, exportándolos a Europa y África, en donde estos y otros productos europeos servían para la compra de esclavos con destino a los cada vez más importantes sistemas de plantación de las Américas”[3]
Río Congo en el Museo de Antropología
Anticipando la crónica vergonzosa que estigmatizará el desarrollo del mundo moderno, Hobsbawm no permite olvidar al lector la procedencia de la gran mayoría de personas esclavizadas a nombre del orden y el progreso que exigía la revolución industrial e ideológica del siglo XIX. Aún que concede que a finales del siglo XVIII “África permanecía virtualmente inmune a la penetración militar europea. Excepto en algunas regiones alrededor del Cabo de Buena Esperanza, los blancos estaban confinados en las factorías comerciales costeras.[4]

Para el apartado número 2. La revolución industrial, Hobsbawm continúa construyendo su discurso sobre el vergonzoso sistema de mercado de esclavos, al afirmar que “Los esclavos africanos se compraban, al menos en parte, con algodón indio[5], y en este sentido especifica que “El volumen principal de exportaciones de algodón de Lancashire iba a los mercados combinados de África y América.[6] Así llega a la conclusión de que para 1820 “África y Asia consumieron 80 millones de yardas de algodones ingleses[7] De lo cual se deduce que por un lado el proyecto comercial ingles que había apostado por la hegemonía productiva de manufacturas de exportación estaba logrando su objetivo; y por el otro, que aún cuando la región Africana no había sido colonizada en la primera década del siglo XIX, ya se encontraba en el mapa de los proyectos expansionistas del mercado liberal internacional. (anexo 4)

Luego de un amplio silencio por varios capítulos, en el apartado que aborda La paz, queda claro que “Los ingleses se daban por contentos con ocupar los puntos cruciales para el dominio naval del mundo y para sus intereses comerciales mundiales, tales como el extremo meridional de África (arrebatado a los holandeses durante las guerras napoléonicas).[8] Y es de nuevo ante esta mención que se observa en el discurso de Hobsbawm un cierto tono eurocentrico, en el que la paz de Inglaterra parece entenderse como la paz del resto del mundo, cuando si bien tenemos pocos indicios para lograr reconstruir la historia de muchos pueblos, entre ellos los Africanos de principios del siglo XIX, queda clarísimo que para estos no hay paz que valga, cuando durante cuatro siglos previos se han visto atacados por grupos de esclavistas cristianos europeos. Y sobre este tema justo en el mismo capítulo Hobsbawm nos dice que “Las exigencias de la lucha contra la trata de esclavos… les llevó a establecer puntos de apoyo a lo largo de las costas africanas.[9] Pero valga la explicación que el texto no nos ofrece, aún que de alguna manera se puede inferir en el desarrollo narrativo, sobre el hecho de que esta postura antiesclavista de Inglaterra obedece mas a las exigencias del mercado, pues la población esclava que no recibe salario en metálico, no puede integrarse a las relaciones de consumo de la economía monetizada que se requería para el mercado internacional Ingles.

Respecto al tema que trata sobre Las revoluciones, Hobsbawm afirma que “Tres principales olas revolucionarias hubo en el mundo occidental entre 1815 y 1848. (Asia y África permanecieron inmunes: las primeras grandes revoluciones, el <motín indio> y <la rebelión de Taiping>, no ocurrieron hasta después de 1850).[10] Lo que de alguna manera se explica por la limitada intervención Europea en el continente

En el apartado número 8. La tierra; se aborda el hecho de que como consecuencia de la revolución francesa, las relaciones legales y políticas tradicionales desde el feudalismo se transformaron radicalmente, y dice Hobsbawm que “en algunas zonas coloniales directamente administradas por estados europeos, sobre todo en zonas de la India y Argelia, se produjeron revoluciones legales similares. Y también en Turquía y, durante un breve periodo en Egipto.”[11] Lo que no es gratuito, pues por un lado la injerencia colonial europea ya comenzaba a sentirse en el continente negro al que de alguna manera se van exportando los problemas propios de la revolución sociopolítica que está llevando a cabo la pujante clase burguesa; y por el otro esta misma injerencia colonial ofrece a los historiadores fuentes materiales que no solo dependen de la efímera tradición oral Africana.

Paradójicamente el capítulo número 12. Ideología religiosa, anteriormente abordado, las referencias al continente africano no solo son mayores, sino bastante interesantes. En primera instancia deja claro que “Cuando David Livingstone, el famoso explorador y misionero, embarcó para África en 1840, los nativos de aquel continente aún no habían sido alcanzados por el cristianismo en cualquiera de sus formas.”[12] Pero aquellos que si habían sido alcanzados y que se enfrentaban a los problemas de la caza de esclavos en sus regiones, y al mismo tiempo profesaban la fe musulmana, presentaban características bien particulares, a saber:
la religión mahometana apelaba a la sociedad semifeudal y militar del Sudán, y su sentido de independencia, militarismo y superioridad suponía un útil contrapeso para la esclavitud. Los negros musulmanes eran malos esclavos: los haussa (y otros sudaneses) importados a Bahía (Brasil) se sublevaron nueve veces entre 1807 y el gran levantamiento de 1835, en que muchos murieron o fueron devueltos a África. Los negreros aprendieron a evitar las importaciones de aquellas zonas, abiertas muy recientemente al tráfico comercial.”[13]
Pero vale la pena aclarar que Hobsbawm lanza estos argumentos citando al investigador brasileño Arthur Ramos quien en su propias palabras introductorias al estudio, ofrece "el primer intento hecho para estudiar en toda América al negro y sus herencias culturales, lo que trajo de África, lo que aquí dejó y lo que recibió en cambio [14]

En este mismo apartado Hobsbawm hace referencia a los movimientos bélicos sociales que algunos grupos musulmanes africanos escenificaron casi en la mitad del siglo XIX:
Inspirado también por los wahhabistas, un santón argelino, Sidi Mohamed ben Alí el Senussi, desplegó un movimiento similar que desde 1840 se extendió desde Trípoli hasta el desierto del Sáhara. En Argelia Abd-elKader y en el Caucaso Shamyl acaudillaron también movimientos político-religiosos contra los franceses y los rusos, respectivamente, anticipando un panislamismo que aspiraba no sólo a volver a la pureza original del Profeta, sino también a absorber las innovaciones occidentales. En Persia, una heterodoxia todavía más nacionalista y revolucionaria – el movimiento de Mohamed Alí – surgió entre 1840 y 1850. Entre otras cosas trataba de volver a ciertas antiguas prácticas del zoroastrismo persa y exigía quitar los velos a las mujeres.[15]

Y resultan bastante interesantes los comentarios de Hobsbawm que colocan al Islam como ideología de contrapeso en el siglo XIX, a los procesos de las grandes revoluciones en el mundo; máxime si estos contrapesos son considerados desde la actualidad, en que no hace falta mucha explicación para entender el sitio que esta ideología de origen medio oriental posé hoy en día, en el imaginario colectivo de las sociedades occidentales.

En el apartado sobre Las artes, Hobsbawm hace referencia al continente africano para tratar brevemente la injerencia del movimiento romántico en una noble relación, que alimentó las exégesis que artistas y pensadores románticos hicieron de esa África bastante desconocida, caldo de cultivo de epopeyas y aventuras poéticas
La investigación romántica llevó a sus exploradores a los desiertos de Arabia o el norte de África, entre los guerreros y odaliscas de Delacroix y Fromentin, a Byron a tráves del mundo mediterráneo, o a Lermontov al Cáucaso, en donde el hombre natural en la forma del cosaco combatían al hombre natural en forma de miembro tribal entre precipicios y cataratas, más bien que a la inocente utopía social y erótica de Tahití.”[16]

Por último observamos que en la Conclusión: Hacia 1848, se hace referencia nuevamente al mercado de esclavos que a finales del periodo estudiado por Hobsbawm comienza a ser el del terror colonial para el continente africano, pues se afirma que “El precio aproximado de un esclavo labrador en el sur de los Estados Unidos, que era de 300 dólares en 1795, oscilaba en 1860 entre 1,200 y 1,800 dólares; el número de esclavos en los Estados Unidos ascendió de 700,000 en 1790 a 2 500 000 en 1840 y a 3 200 000 en 1850. Seguían viniendo de Africa, pero también se engendraban cada vez más para su venta dentro de la zona esclavista, es decir, en los estados fronterizos de Norteamérica que los suministraban a la cada vez mayores plantaciones de algodón.[17] Y es con esta reflexión poco esperanzadora concluye Hobsbawm las referencias sobre el continente Africano, el cual vendría venir en próximas fechas su peor momento colonial.

Referencias Consultadas

Hobsbawm, Eric. La era de la revolución. Paidos, México, 2015
Iliffe, John. África. Historia de un continente. Ediciones Akal, Madrid, 2013
Ramos, Artur. Las culturas negras en el mundo nuevo. FCE , México, 1943


[1] Hobsbawm, Eric. La era de la revolución. Paidos, México, 2015, p.15
[2] Ibid, p. 16
[3] Ibid, p. 26
[4] Ibid, p. 33
[5] Ibid, p. 41
[6] Ibidem
[7] Ibid, p. 42
[8] Ibid, p. 114
[9] Ibidem
[10] Ibid p. 117
[11] Ibid p. 157
[12] Ibid p. 228
[13] Ibid p. 229
[14] Ramos, Artur. Las culturas negras en el mundo nuevo. FCE , México, 1943, p. 227
[15] Op. cit. Hobsbawm, p. 230
[16] Ibid p. 271
[17] Ibid p. 302