martes, 1 de marzo de 2016

Reseña - Las sociedades originarias en el ámbito de la formulación inicial de los proyectos nacionales como culminación de los procesos de continuidad y ruptura.


Manrique, Nelson. (2008) Las sociedades originarias en el ámbito de la formulación inicial de los proyectos nacionales como culminación de los procesos de continuidad y ruptura. En: Historia general de América Latina. Teresa Rojas Rabiela, (directora). París, Francia: Editorial Trotta. Pp. 351 – 364
El abordaje temático de Manrique, procura engarzar los aspectos políticos, sociales, económicos y culturales en la formación de los diferentes proyectos nacionales para analizar la resultante de la condición social y la forma en cómo participaron de este proceso los grupos herederos de las sociedades originales. Pues una vez consumadas las Independencias de América Latina las provincias latinoamericanas se organizaron en federaciones gobernadas por grupos raciales criollos, quienes no contaban con un proyecto incluyente para la diversidad de castas existentes en el territorio emancipado. Para 1830, los 5 grandes territorios coloniales sometidos a la corona Española se dividieron en once naciones independientes no obstante que tenían una historia común de conquista, colonización y gobierno imperial y pese a la existencia de una lengua y un patrimonio cultural comunes (al menos entre las clases dominantes y los miembros más hispanizados). Así, la orientación general del capítulo que nos ocupa, corresponde a un intento de elaborar la narrativa de las sociedades originarias en la composición de las nuevas sociedades y en el análisis de Manrique parece pertinente advertir de principio que dentro de la diversidad de grupos originarios sólo tratará sobre la historia de aquellos sujetos al orden colonial, advirtiendo previamente que no son los únicos a los que en nuestra América moderna se les ha sometido a lo largo de la historia a una “política de genocidio”, pues existe una deuda de más de quinientos años con pueblos que por su aislamiento geográfico no participaron de este orden colonial, pero a los que la modernidad les ha impuesto pesadas cargas civilizatorias.
El autor procura rastrear los signos de la crisis estructural en la inclusión de los pueblos originarios a las nuevas sociedades latinoamericanas aún antes de finales del siglo XVIII, antes de que las denominadas sociedades criollas dictaran el discurso independentista para procurar un estatus de igualdad ciudadana, pero cuya aplicación en el orden práctico mantuvo a los indios en su condición de explotados bajo formas de enajenación precapitalistas, al tiempo que las naciones Latinoamericanas procuraban su inserción en las estructuras económicas de orden mundial, pero de forma subordinada al proyecto neocolonial encabezado por Inglaterra.

En el sur, la fallida rebelión de Tupac Amaru desde la visión de Manrique, es uno de los factores que aceleró el proceso de destrucción de las élites indígenas tradicionales, mientras que los indios “Apolíticos y completamente ignorantes… cuando no eran arrastrados como bestias a las guerras de independencia, permanecían como pasivos espectadores, adivinando acertadamente que la revolución les ofrecía poco más que el régimen colonial” (Lynch, 1976: 141-143). Ejemplificado este sentimiento con el decreto de José de San Martín, conocido como de “libertad de vientre” que pretendía la libertad de nacimiento desde 1821; pero que en la práctica, los nacidos libres quedaban bajo la tutela de los amos de sus padres hasta los 21 años, periodo que incluso llegó a extenderse hasta los 50 años. Así para Manrique, el golpe final de los privilegios de élite en las estructuras de poder indígena colonial, fue la abolición de los curacazgos – término de origen Quechua que refiere a la organización social de la zona andina, en la que el Curaca o jefe de familia con base en el principio de reciprocidad, retribuye las prestaciones recibidas y cumple funciones como asegurar la paz interna, organizar los ritos religiosos, velar por la redistribución de los productos a los huérfanos (waqcha) y a los que no tienen familia en la comunidad, etc – y la parcialización de tierras comunales bajo un régimen de desprotección legal, que abrió la puerta al saqueo y expoliación de las tierras que durante siglos le pertenecieran.

Manrique analiza las continuidades en la tradicional organización política, económica y sociocultural de las colonias americanas, cómo: la subsistencia del tributo indígena colonial; la utilización gratuita de la fuerza de trabajo que sustituye a la “mita” precolombina y colonial, y a la que los indios nombran “la república”; el reclutamiento forzado para la integración de fuerzas militares en el proceso de pacificación caudillista; y el poder espiritual, material y administrativo de la iglesia, donde se controlaban los censos poblacionales, los registros de nacimiento y defunción, los intereses por concepto de préstamos por parte de las capellanías y obras pías, y la labor social de hospitales y orfanatos que esta llevaba a cabo. Pero al enlistar las rupturas Nelson Manrique comenta sobre la disgregación de la economía colonial que quedó en manos de gobernantes regionales; el deterioro del poder político en las sociedades originarias por la desconfianza que sembró la sangrienta rebelión de Tupac Amaru y otros jefes tribales en la sociedad colonial sudamericana; la contradictoria igualdad legal vs la desigualdad socio-politica a la que sometió a los herederos de las culturas precolombinas, y la abolición de los curacazgos.

El autor concluye que la ruptura independentista tuvo como limitación decisiva el haber sido una revolución en términos políticos, que no trascendió a los ámbitos socio económicos, persistiendo una serie de estructuras de dominación colonial usufructuadas antes por los emisarios peninsulares y posteriormente en las repúblicas independientes, por los criollos mestizos. Así el racismo anti-indígena, el menosprecio y la devaluación de su patrimonio cultural; a quienes se obligó a integrarse a la civilización hegemónica occidentalizada y cristiana, persiste en diverso grado en toda América Latina, hasta que la herencia colonial no quede debidamente cancelada y se creen las condiciones para una verdadera integración que no tenga por base, la imposición.