Miño Grijalva, Manuel (2008) Los avatares de la manufactura y los orígenes de la industria moderna. En: Historia general de América Latina: La construcción de las naciones latinoamericanas. Teresa Rojas Rabiela, (directora). París, Francia: Editorial Trotta. Pp. 345 – 369
Durante el siglo XIX nuevas formas de producción industrial se articularon alrededor del mundo y es en esta época en que inicia el desfase en la producción de bienes de consumo y de capital, es decir el inicio de la fractura entre un mundo desarrollado y otro no desarrollado. Para muchos latinoamericanos significó un duro golpe, pues nuevas formas de organización del capital se acentuaban después de las independencias, sin incluirlos a ellos. En este contexto, Inglaterra y Estados Unidos trazarían el sendero a seguir por el mundo industrializado, articulando a la distancia la política y la economía de las nuevas naciones latinoamericanas interesadas en completar sus complejos procesos de consolidación nacional, pero dejando en evidencia el verdadero atraso en el que se encontraban, estado que debía mucho a la estructura económica colonial y fue agravado por la nueva configuración de la economía mundial y en que la propia inestabilidad política interna no permitió trazar un rumbo claro de la ruta a seguir para remediarlo. Miño lamenta que el proyecto industrial no fuera discutido como un elemento central en la formación de las Repúblicas independientes latinoamericanas y caribeñas, pues estaban más preocupadas por definir sus proyectos políticos y consolidar su presencia en las relaciones internacionales, situación que llama la atención del autor, ante el anacronismo que presenta la idea de “pensar que los nuevos países necesitaban fuertes marcos institucionales que garantizaran su crecimiento económico cuando no habían logrado una paz política y social, requisitos básicos para cualquier tipo de esquema económico” (anacronismo que en opinión personal trasciende hasta nuestro días, particularmente en países cuya debilidad institucional mantienen a la población en general en un estado permanente de riesgo y vulnerabilidad ante la violencia cotidiana).
Las cifras disponibles para Miño, muestran una intensa vinculación de las economías americanas con la británica, por lo que infiere: la presencia del capitalismo industrial en la región sujeta a una serie de presiones de plataforma para la invasión industrial europea: contrabando, tráfico de influencias, intereses de comerciantes diplomáticos y endeudamiento externo. Que aunado a una política errática e inconsistente por parte de los Estados latinoamericanos, dificultaron el proceso de industrialización y consolidación de las economías locales.
Para ejemplificar sus argumentos, el autor recurre al análisis de dos naciones que por sus características particulares sirven de ejemplo para comprender los procesos económicos que se llevaron a cabo durante el periodo en el continente. En el caso de México, plantea como antecedente el hecho de que la Nueva España fuera el territorio más adelantado y rico del conjunto de naciones que conformaban el imperio español, y se aventura a afirmar que por esta razón sólo México logro plantearse un proyecto moderno desde una época temprana con relativo éxito. Este proyecto lo divide en dos fases: la primera que abarca de 1830 a 1845, caracterizada por el uso de la energía animal e hidráulica y por la preeminencia del tejido de algodón y el hilado domestico; y muy importante, marcada por el apoyo financiero y la protección del gobierno que mantuvo la organización espacial productiva de la colonia, con presencia en los estados de Veracruz, Puebla, México, Querétaro y Guadalajara. En esta etapa el principal protagonista fue el Banco de Avío, centro crediticio por excelencia para el fomento industrial. Así, capital y protección estatales, son elementos cruciales que no se encuentra en los demás países para este periodo y que marcaron la diferencia para el desarrollo industrial del México de la primera mitad del siglo XIX, porque si bien, el capital privado disminuyó por emigración forzada, y la inestabilidad sociopolíticas tras la independencia; el capital que quedaba fue suficiente para ser invertido en las nacientes industrias mexicanas, para satisfacer las demandas de empresarios y artesanos criollos que exigían al gobierno, impulso y autonomía en beneficio de sus intereses, exigiendo la sustitución de importaciones y la diversificación industrial. Medidas que apoyaron a que hubiera dinero para invertir en actividades económicas locales, aunado al hecho de que ya no se exportó toda la plata que se producía en México.
Como dato curioso queda en evidencia que contrario a lo que ocurría en el proceso de industrialización en países europeos, en México este nació más allá de las ciudades, respondiendo a las necesidades de localización y factores internos, aunque el relativo éxito de industrialización se vio interrumpido después del triunfo liberal y el segundo imperio mexicano, pues el país no había logrado las condiciones básicas para emprender un proceso de industrialización de largo aliento y las necesidades financieras del gobierno derrumbaron las leyes proteccionistas.
La segunda fase de desarrollo que va de 1860 a 1890, introduce tecnología basada en vapor, en la que el motor de crecimiento se ubicó en la demanda de Estados Unidos, y el dominio del centro de la república como espacio concentrador y privilegiado por las nuevas empresas, no obstante la aparición de fábricas en Chihuahua, Coahuila, Sinaloa junto a los centros productivos tradicionales de Veracruz, Puebla, México, Querétaro, Guadalajara, Guanajuato, Michoacán, Tlaxcala e Hidalgo. Pero en esta etapa, más allá de los problemas de transporte y el escaso nivel de desarrollo del mercado interno, pesó más la falta de un modelo de desarrollo coherente acorde a las necesidades de un país en formación, aún así durante mucho tiempo el sector privado fue el principal promotor del desarrollo, pero dejó de serlo cuando la inseguridad nacional, las luchas civiles y las intervenciones extranjeras mostraron la necesidad de consolidar primero el sistema republicano como tal. Lo sorprendente es que a pesar de los obstáculos naturales, la escasez de capital, el mercado restringido, la existencia mayoritaria de una población indígena con producción de subsistencia, la inestabilidad política y el bandolerismo; el número de fábricas al finalizar este periodo se había casi duplicado, pero el nivel de desarrollo industrial no era comparable con las primeras fases de otros países industrializados, dejando claro que las nuevas comunicaciones, la caída de los costos de transporte, las inversiones, la articulación del mercado y el abastecimiento de la fuerza de trabajo, no fueron suficientes para producir un proceso de industrialización sostenido en un mundo predominantemente rural en donde la población indígena se encontraba en una racionalidad económicamente distinta a los requerimientos capitalistas modernos.
Al analizar el caso de Brasil, Miño señala que como predomínate productor de algodón al servicio de la industria británica, después de 1840 inaugura una nueva etapa de su vida industrial con la creación de un sistema nacional fabril dedicado a la producción textil y el procesamiento de alimentos, aún cuando conservaba un fuerte vinculo económico con Portugal e Inglaterra, su papel de abastecedor de materia prima al extenso mercado europeo, la falta de combustibles de carbón, sus deficientes comunicaciones, determinaron su evolución tardía. De todas formas Brasil que había comenzado su proceso de industrialización tardíamente mostró signos de revitalización comparables a los del caso mexicano, aún cuando en el mundo la abolición de la esclavitud pujaba fuerte, subsistía en Brasil al interior de su territorio esta práctica, no fue impedimento para que de alguna manera consolidara la creación de una fuerza productiva industrial contando con innovaciones tecnológicas en el ramo de la energía, la formación de cuadros técnicos y una importante concentración de capitales.
Cuando se producen las independencias del continente, los centros productivos industriales se ubicaban en México, los Andes centrales, el alto Perú, Río de la Plata; mientras que Venezuela, Brasil y Arequipa eran importantes abastecedoras de materia prima, pero esta característica distribución productiva del periodo colonial se fracturó en una diversidad de países con ideas, intereses y posibilidades dispares y heterogéneas, y el predominio de la producción doméstica urbana o rural indicó para cada una de estas regiones los límites que las modernas formas industriales debían superar. No obstante para Miño, el camino que recorrieron Brasil y México no es comparable con ningún otro país de Latinoamérica.