sábado, 3 de octubre de 2020

Formas de hacer historia de Peter Burke

“En este universo en expansión y fragmentación se da una progresiva necesidad de orientación. ¿Qué es eso que se ha llamado nueva historia?, ¿Hasta que punto es nueva? ¿Es una moda pasajera o una tendencia a largo plazo? ¿Sustituirá – por voluntad o por fuerza – a la historia tradicional o podrán coexistir en paz ambas rivales?”



A finales del siglo XX y particularmente como resultado de los convulsos 60´s, la diversificación y expansión de los objetos, objetivos e intereses de la historia, provocó a una época de `crisis en la experiencia histórica´ lo que potenció la aparición de una nueva historia que plantea nuevos enfoques en busca una disciplina más estructural, escrita de manera deliberada contra las formas tradicionales de hacer historia, el presente cuadro siguiente contrastar las diferencias entre ambas propuestas epistemológicas:

Paradigma tradicional

Nueva historia

Su objeto de estudio esencial es la política y el Estado: Historia es la política del pasado y la Política es la historia del presente


Se interesa por cualquier actividad humana, pues sostiene con firmeza “todo tiene una historia y todo tiene un pasado”

Aquello que se consideraba inmutable se ve ahora como una construcción cultural, sometida a variaciones en el tiempo y el espacio


Se escribe la historia como una narración de acontecimientos


Considera la historia como el análisis de estructuras, introduciendo la idea de la longe duré


Centra su interés en las élites


Busca la historia desde abajo, las mentalidades colectivas, la gente y su experiencia de los cambios sociales


Sus insumos sólo son documentales


Sus métodos valoran fuentes alternativas como testimonios orales, cifras estadísticas, etc.


Tiene una visión reduccionista en la formulación de explicaciones históricas


Búsqueda exhaustiva de posibilidades de explicación histórica


Trata de compilar los hechos tal como sucedieron


Interdisciplinariedad


Mediante la profesionalización y definición de sus estructuras mantiene las temáticas cerradas


Heteroglosia


Elaboración propia a partir del libro Formas de hacer historia de Peter BurkeElaboración propia a partir del libro Formas de hacer historia de Peter Burke


Las características anteriormente enunciadas permiten articular la respuesta sobre la novedad metodológica ene esta concepción histórica en la que una de las principales ventajas de la nueva historia es su aceptación del relativismo cultural en la construcción historiográfica, pues afirma que percibimos el mundo a través de redes de convenciones, esquemas de estereotipos y prejuicios culturales, por lo que habrá que potenciar la comprensión de los conflictos desde la discusión de puntos de vista diferentes, pero esta ventaja significa a su vez el origen de sus problemáticas:

  • De definición, en cuanto los nuevos historiadores se están introduciendo en territorios desconocidos.
  • De exposición, en donde el reto será demostrar cómo se relaciona la cotidianidad con los grandes acontecimientos y estructuras.
  • De método, pues la noción de lo cotidiano es menos precisa y más complicada de lo que parece.
  • De fuentes y la búsqueda contante para otorgar validez al origen de los datos.
  • De explicación, para identificar los verdaderos agentes de la historia los individuos o los grupos.
  • De síntesis, pues la expansión del universo de acción tenderá por fuerza a dificultar la comunicación disciplinar.

Una de sus más grandes interrogantes para la nueva historia, es el tratar de responder ¿cómo pensar la historia sin hacerla anacrónica al recurrir a la explicación tradicional y simplona de apropiación capitalista, sin pensar en las características particulares que poseen los diversos actores de distintas temporalidades; pues sería deseable encontrar explicaciones que trasciendan los presupuestos de lucha de clases como el único factor explicativo de las estrategias que los hombres utilizan para enfrentar su desarrollo, sus conflictos y su futuro, pues existe evidencia de que la humanidad no piensa y siente eternamente de la misma manera a lo largo del tiempo y permitir la desfamiliarización disciplinar de esas maneras diferentes de enfrentar la realidad juega a riesgo de que el pasado resulte ininteligible. Por tanto pareciera no ser esta una moda pasajera sino una propuesta epistémica sumamente joven pero con bases bastante sólidas para consolidarse a futuro.

sábado, 19 de septiembre de 2020

La historia cultural entendida como una observación de observaciones



Los postulados de Alfonso Mendiola sobre los cambios paradigmáticos en la constitución de las sociedades modernas que van de los modelos industrializantes a los modelos comunicativos, dan pie a una propuesta de análisis con un modelo de investigación autológica de autoobservación, en que se somete a la historia cultural y sus objetos como sistemas de comunicación que vuelve sumamente relevantes los temas de apropiación y consumo; planteando una distinción entre las ideas que se emiten y lo que se entiende. En este contexto resulta pertinente referirse a la teoría de la observación de segundo orden de Niklas Luhman y sus criterios teórico-metodológicos para la observación de observaciones, pues la historia cultural plantea que la realidad es siempre realidad observada y su quehacer no es describir el pasado, sino las observaciones sociales en términos históricos de este.

La propuesta parte de leer todos los textos bajo la lógica de la pregunta y la respuesta, asumiendo que ningún texto se entiende si se aísla de su contexto dalógico, y el reconocimiento de que no hay lectura sin prejuicios, pues toda lectura sigue las reglas que ha construido convencionalmente la comunidad a la que pertenece. Así la historia cultural construye sus referencias a lo real por mediación de las observaciones, transitando de la idea de entender el pasado como real a entender el pasado como observación de lo real, proceso en que la ciencia histórica se entiende como una ciencia de la sociedad que se reproduce a través sistema de comunicación peculiar, por medio de ideas que circulan en soportes materiales y prácticas sociales que se difunden a través de formas específicas de sociabilidad.

La historia cultural define su campo de investigación a partir del modo de enfocar sus problemas desde la representación del mundo, es decir de la observacione de sus objetos de comunicación; obligándose a aprender a observar cómo se observa al mundo desde distintas sociedades, en distintos momentos históricos y cómo esta observación queda plasmada en sus objetos de comunicación sobre lo contingente, esto exige grados de abstracción muy altos, pues plantea la necesidad de encontrar semejanzas en mundos diferentes y comunicar en dos niveles: lo real y lo contingente, pues al reconocer la validez de que las cosas se pueden ver de distintas formas la sociedades modernas se descubre la riqueza de estas contingencias para pensar soluciones a problemas futuros. El problema planteado por esta metodología radica en que es innegable que la evolución estructural de la sociedad va unida a la apropiación de palabras que sintetizan cuestiones básicas, es decir conceptos, así si queremos entender el significado conceptual estamos obligados a analizarlo en sus contextos sintáctico, semántico y pragmático, pues los significados dependen de sus usos sociales.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Reseña - De la Historia a la historiografía



Mendiola, Alfonso y Guillermo Zermeño. De la Historia a la historiografía. Las transformaciones de una semántica En: Revista Historia y grafía, No. 4, 1995



Para Mendiola y Zermeño, la autodescripción de la sociedad cambió a mediados del siglo XX debido a una extensión y radicalización de los medios de comunicación, así la segunda mitad del siglo XX está dominada por el paradigma de la comunicación y no como en el s XIX que se tenía la imagen del mundo como industria. En este contexto enmarca dos visiones sobre la historia como acontecer más vinculado al presente y la historia como pasado o sujeto de estudio del historiador decimononico.


Plantean que el ideal de ciencia que se construye en los últimos siglos dio lugar a la figura del intelectual comprometido con la verdad y preocupado por fijar las esencias, pero en el caso de los historiadores, estos llegan por mérito propio siempre tarde al acontecer, por lo que no pueden (ni deben) considerarse parte del mismo, gracias a este distanciamiento el positivismo argumentaba que permanecían lejos de los vicios de la coyuntura, lo que les garantizaba objetividad profesional, facultándoles de conciencia crítica y legitimidad, por lo que se esperaría que los actores de la realidad recogieran sus críticas históricas para orientar mejor las acciones de la sociedad. Pero los renovadores de la ciencia histórica francesa postularon la figura de un intelectual/historiador no desligado de presente, afirmando entre otras cosas que no existe otra manera de acercarse al pasado sino a partir de los condicionamientos y valores del presente, pues el pasado no es cognoscible por sí mismo, sino a partir de preguntas y problemas surgidos del presente. Esto para la escuela de Annales ha generado en la disciplina lo que él llama presentismo histórico, una especie de extensión o ampliación artificial del presente que de alguna manera puso en duda la pretensión de objetividad profesional del XIX, al introducir consideraciones como la mediación de valores presentes en la observación de observaciones pasadas (textos escritos en el pasado), al tiempo que pretendieron que los historiadores marcados por las influencias del presente, construyeran una serie de operaciones y metodologías para producir una visión ampliada “total” del presente-pasado, algo así como la construcción de una especie de espejo sobre el cual podríamos reflejar nuestras aspiraciones y expectativas vigentes para con mucha disciplina contrastarlas con las de los pasados observados; “Un enfoque, una forma reflexiva de acercarse a la historia (acontecer) que renuncia a la objetividad imposible del naturalismo historiográfico y piensa los problemas centrales de leer el pasado por medio de sus fuentes (observación de segundo orden)”. 

Así la transformación de fondo se dá en una percepción de la sociedad como cosa, al entendimiento de la sociedad como sentido. Entender a la sociedad como cosa le permitió a la disciplina la distinción entre ciencia histórica (que estudia los hechos pasados) e historiografía (que sólo se abocaba a lo escrito sobre estos hechos), pero en la medida en que Annales contribuyó a radicalizar la autodescripción de la sociedad como sistema de comunicaciones productoras de sentido, disminuye la distinción entre el estudio de hechos pasados (ciencia histórica) y el estudio de los escritos del pasado (historiografía). El historiador tiene acceso a los llamados hechos por la mediación de la escritura (la historia se hace con documentos) y esta son comunicaciones producidas en las sociedades que estudia, entonces en realidad no hay hechos, sino comunicaciones, surge la posibilidad de analizar esas fuentes desde un nivel estilístico, ahora importa el ¿cómo escriben el estado del mundo esas sociedades que nos interesan?

Los argumentos anteriores permiten a Mendiola afirmar que la historiografía es una autoobservación de lo que lleva a cabo el historiador, y esta autoobservación es hecha en términos histórico-sociales, es decir estudia socioepistemológicamente el quehacer del historiador para ofrecer una autocomprensión histórica de su quehacer profesional. Definiendola como el estudio del proceso técnico y social del modo en que se construye el pasado (de Certeau) - el interés por las formas anteriores de escritura de la historia actúa en función de entender la forma actual - es un estudio de la representación que se hace de la sociedad moderna de las relaciones entre pasado, presente y futuro (Mendiola) todo acto reflexivo que se preocupa por descifrar los efectos (restos, residuos vestigios, trazos) del pasado en el presente y viceversa, considerando las relaciones entre narración tiempo y acción.

análisis del discurso (narrativa)

teoría social (tiempo y acción)

El objetivo de la investigación historiográfica es reconstruir ese proceso comunicativo en que se inserta el texto analizado, hay que ir de la estructura inmanente a su función en la sociedad que lo produjo (método reflexivo) después de hacer la construcción social del funcionamiento del texto se regresa con la finalidad de iluminarlo. Aceptando que el documento no está destinado originalmente al uso del historiador, pertenece a un proceso de comunicación específico.


Planos de análisis historiográfico:

  1. reglas formales que estructuran el discurso: mecanismos que sigue el texto para producir efectos de realidad y verosimilitud ¿qué recursos retóricos o poéticos usa el autor ?
  2. lugar social desde donde se produce el texto: análisis socioinstitucional del texto ¿cómo en cada época se recluta socialmente al autor? ¿cúal es la trayectoria que hace que un individuo se convierta en historiador? y ¿de donde se escribe la historia?
  3. formas de percepción o apropiación del texto: estudio social de la práctica de lectura del discurso de la historia ¿a quienes estaba destinado el texto?
Elementos del análisis historiográfico:

información - lo que se dice en el documento

acto de comunicar - cómo se dice

comprensión - cuáles son los conocimientos que debe tener el lector de la época para entenderlos

Diferencias en la construcción del conocimiento histórico

s XIX - filosofía de la conciencia


- se pregunta por las condiciones de posibilidad del conocimiento verdadero 

- reduce la realidad a la relación sujeto cognoscente y objeto conocido

- comprende a la sociedad como un conjunto de entes que para ser conocidos basta con observarlos de manera controlada, bajo un método para impedir que los prejuicios del historiador la distorsionen



s XX - filosofía del lenguaje


- se pregunta por las condiciones de posibilidad de comunicación

- representa la realidad por medio de los procesos comunicativos como mediación del mundo social

- comprende a la sociedad como un sistema de comunicación, su especificidad no está en las cosas, sino en la producción de sentido.

sábado, 15 de agosto de 2020

Reseña - Ordenes del tiempo, regímenes de historicidad



Hartog, Francis. Ordenes del tiempo, regímenes de historicidad En: Revista Historia y Grafía, No. 21, 2003



Para Hartog, el tiempo se ha convertido en el pan cotidiano del historiador, al grado que terminó por ser naturalizado e instrumentado permaneciendo impensado, por ello propone el término de “regímenes de historicidad” como una modalidad de conciencia de sí misma por parte de una comunidad humana, y se pregunta ¿Cómo reacciona una comunidad ante diferentes grados de historicidad y si estos pueden ser idénticos para todas las sociedades? Reconoce que existen diversos modos de relacionarse con el tiempo relación que comprende un vaivén entre el presente y los pasados, algunos distantes temporal y espacialmente, por lo que entender estas relaciones podrían contribuir los momentos de crisis del tiempo y las categorías que organizan estas experiencias y permiten expresarlas. A ese respecto de Hahana Arent recupera el término “brecha” – interregno en el tiempo histórico en que se cobra conciencia de un intervalo en el tiempo que está determinado por cosas que ya no están o que están por existir, ej: 1968 puso en duda el tiempo como progreso.

El “régimen de historicidad” pone a nuestro alcance las condiciones de posibilidad de la producción de historias y según las relaciones respectivas de los tiempos (pasado, presente y futuro) ciertos tipos de historias son factibles y otros no. El tiempo histórico lo produce la distancia que se crea entre el campo de la experiencia y el horizonte de expectativas y se engendra por la tensión entre ambos, entre más escasa es la experiencia mayor se torna la espera. Campo de experiencia y horizonte de expectativas son términos que recupera del trabajo de Koseleck, quien buscaba definir de qué manera se relacionaban las dimensiones temporales del pasado y el futuro en cada presente posible.

Concluye que en nuestro tiempo se ha impuesto una configuración caracterizada por la máxima distancia entre el campo de la experiencia y el horizonte de expectativas, creando la impresión de un presente perpetuo, inmóvil, que intenta a pesar de todo producir su propio tiempo histórico. Los crímenes del sXX fueron tempestades que dieron origen a oleadas de “memoria” un vocablo de gran alcance, una categoría metahistórica.

sábado, 1 de agosto de 2020

Historia sensorial, geografía cultural y literatura. Ejercicio historiográfico a partir de la novela “El periquillo Sarniento”

Se miran, se presienten, se desean, se acarician, se besan, se desnudan, 

se respiran, se acuestan, se olfatean, se penetran, se chupan, se demudan, 

se adormecen, se despiertan, se iluminan, se codician, se palpan, se fascinan, 

se mastican, se gustan, se babean, se confunden, se acoplan, se disgregan, 

se aletargan, fallecen, se reintegran, se distienden, se enarcan, se menean, 

se retuercen, se estiran, se caldean

Girondo

 

El presente trabajo pretende ejemplificar la oportunidad que brindan algunas narraciones de ficción como fuentes documentales, para analizar y proponer interpretaciones historiográficas sobre la manera en que las descripciones sensitivas que sus autores (y personajes), ofrecen desde la cotidianidad social; y cómo estas se entretejen para conformar cierta geografía cultural en un pasado que para algunos habitantes de la Ciudad de México tuvo significados muy distintos a los que les atribuimos en la modernidad. Una triple relación propuesta entre geografía cultural, historia sensorial y  literatura, pretende abonar a la historia de la conciencia sensorial en la Ciudad; que como toda entidad viva crea con el tiempo significantes distintos, tanto en sus espacios físicos como en las prácticas sociales de sus habitantes.

La propuesta es tratar de reflexionar sobre los diferentes niveles de percepción sensorial y espacial, a partir de la lectura de un par de pasajes en la obra literaria de Lizardi: ‘El periquillo Sarniento’, y cómo estos pudieron contribuir a ordenar su mundo narrativo a partir de olores, sabores texturas y sonidos que en la actualidad no interpretamos lo que olemos, probamos, escuchamos o sentimos, de la misma manera que a inicios de la época independiente. Pero también se pretende llamar a la reflexión sobre ciertas continuidades en la percepción sensorial que nos permiten reconocernos con las situaciones narradas, pues existe cierta convicción de que “los sentidos no se limitan a darle sentido a la vida mediante actos sutiles o violentos de claridad, (sino que) desgarran la realidad en tajadas vibrantes y las reacomodan en un nuevo complejo significativo” (Ackerman, p. 15). Por ello ¿qué mejor recurso para dar una buena mordida a uno de esos tajos de realidad en el pasado, que recurrir a la narrativa picaresca y chispeante de Lizardi? y la sutileza con la que retrata los espacios sensoriales que ofrecían a los habitantes de su ciudad los inicios del siglo XIX. 

 

Los sentidos, los lugares y las fronteras de la conciencia

Las modalidades de comprensión del mundo varían entre culturas y espacios temporales y “Lo más sorprendente no es cómo los sentidos tienden un puente sobre las distancias y las culturas, sino cómo lo hacen sobre el tiempo. Los sentidos nos conectan íntimamente al pasado con una eficiencia que no lograrían nuestras ideas más elaboradas”. (Ackerman, p. 14)

Es común aceptar que nuestra percepción sensorial ha sido controlada por fenómenos evolutivos, íntimamente relacionados con las condiciones físicas y químicas del ambiente que nos rodea, pero ¿Qué tanto podemos saber de la historia sensorial del México independiente?, ¿cuán diferentes fueron los olores de sus espacios de lo que lo son ahora?, ¿qué tan similares pueden llegar a ser nuestras propias percepciones en la modernidad con respecto a otras épocas? Y ¿de qué fuentes historiográficas podríamos echar mano para responder estas preguntas? Pues quizá sea posible que en diferentes espacios temporales se interpreten las sensaciones recibidas de modo diferente pero los mecanismos sensoriales son los mismos y podamos echar mano de esos fenómenos evolutivos para responder algunas de estas preguntas.

En varias ocasiones autoridades civiles y eclesiásticas de la Ciudad de México emprendieron reformas cuyo trasfondo era la imposición de una sensibilidad nueva respecto a las prácticas sociales de la vida cotidiana, particularmente en lo referente a los olores y los sonidos. Como ejemplo de ello podemos citar las reorganizaciones del espacio citadino para que la basura fuera depositadas en las garitas y que los barrios de indios fueran lugares limpios, argumentando que las enfermedades se transmitían por ‘miasmas’ contenidos en el aire y el agua contaminados y malolientes; o la imposición de silencio a los campanarios que tradicionalmente marcaban los tiempos y las rutinas de los habitantes de la Ciudad quienes definitivamente tuvieron que haber desarrollado cierta sensibilidad auditiva y un lenguaje de interpretación muy particular a esos sonidos. (Davalos, 2001)

Por ello no es descabellado afirmar que los personajes de las novelas son tambien usuarios del espacio público, que viven y se adueñan de sus calles, sus plazas, sus centros de intercambio comercial, exigiendo su lugar en el mundo al sentir los mundos sociales en la traza antigua que les tocó percibir e interpretar sensorialmente.

 

El Periquillo Sarniento

A José Joaquín Eugenio Fernández de Lizardi Gutiérrez (1776-1827), originario de la Ciudad de México se  le recuerda especialmente  por  su Periquillo Sarniento (1816),  obra que para muchos se considera como la primera novela hispanoamericana. “El Periquillo de Lizardi fue casi un accidente histórico: la censura de prensa le obligó a suspender la  publicación  de  su periódico didáctico El Pensador Mexicano y a buscar un medio menos estridente para expresar sus opiniones. Con todo, “el Periquillo es una muestra excelente de las ideas de la Ilustración que dominaban en la época” (Skirius, 1982, p.257). Y ofrece una  mezcla  de  entretenimiento y enseñanza” como mosaico  social, como documento lingüístico y  como epítome de  las ideas de  la Ilustración en  su época, tanto que  para Agustín Yáñez, la voz de Fernández de Lizardi, puesta en solfa por el Periquillo Sarniento, su protagonista “clamó urgencias que subsisten sobre el desierto de nuestra conciencia colectiva”, con un estilo casero y familiar en que los  dicharachos, chanza y refranes  del vulgo sirven de  carnada  para  interesar a un público de lectores que ha trascendido a través del tiempo. Posible razón por la que el autor tuvo que escribir sin afectación ni pedantismo aunque en muchas ocasiones ostenta la erudición del periodista ilustrado, a pesar de su declarada simplicidadidad.

Para efectos de presente nos remitiremos a ciertos pasaje, en el que cuenta Periquillo la bonanza que tuvo y otras cosillas nada ingratas a la curiosidad de los lectores, en uno de ellos Lizardi narra la experiencia de pernocta en un tuquillo de juego y no es difícil imaginar las sensaciones y emociones que el hecho genera en el protagonista de la novela: “no extrañé los saltos de las pulgas y ratas, las chinches, la música de los desentonados ronquidos de los compañeros; el pestifero sahumerio de sus mal digeridos alimentos, el porfiado canto y aleteo de un maldito gallo que estaba en mi cabecera y lo mullido del colchón de tablas”. Llama la atención que no sea el único durmiente en el tugurio, la alusión a la presencia naturalizada de insectos parásitos y roedores asociados a la falta de higiene y transmisión de enfermedades, así como la convivencia con animales de granja al interior de las habitaciones; pero es aún más interesante plantearse las continuidades sensitivas que doscientos años después del episodio anteriormente comentado, nos permiten hacernos esa idea familiar de las sensibilidades experimentadas por el personaje.

En otro de estos pasajes a los que nos referimos, observamos el proceder sobre la autoconciencia de poder adquisitivo o invisibilidad de clase que el Periquillo tiene muy clara y que no dista mucho de la relaciones de clase que podemos observar en la modernidad, no obstante que la estratificación social en la era contemporánea, se ha configurado de maneras diferentes a las referidas en la novela:

“Como el dinero infunde no sé qué extraño orgullo, luego que entré los saludé no con encogimiento como antes, sino con un garbete que parecía natural.

-¡Cómo va, amigo coime?¿Qué hay, camaradas? - les dije.

El y ellos apenas alzaron los ojos al verme, y haciendo un dengue como la dama más afliligranada volvieron a continuar su tarea sin responderme una palabra.

Yo entonces apreté las espuelas del caballo de mi vanidad, y como rabiaba para participarles mi fortuna les dije:

-!Hola¡ ¿Ninguno de ustedes me saluda eh? Pero ni es menester. Gracias a Dios que tengo mucho dinero y no necesito a ninguno de ustedes.”

Queda latente la resistencia a la invisivilidad a la que es sometido por pobre y desarrapado el Periquillo, ese “no te veo” y “no te escucho” para desaparecerte del contexto narrativo, que su condición de clase imponía, quizá similar a la negación social impuesta a la creciente desigualdad de la modernidad capitalista.

 

La antigua Alcaicería

“Ya a las doce del día no veía yo de hambre, y para más atormentar mi necesidad tuve que pasar por la Alcaicería, donde saben ustedes que hay tantas almuercerías, y como los bocaditos están en las puertas provocando con sus olores el apetito, mi ansioso estómago piaba por soplarse un par de platos de tlemolillo con su pilón de tostaditas fritas; y así hambriento, goloso y desesperado, me entré en un tuquillo indecente que estaba en la misma calle en que había juego de pillaje.” (Lizardi, p.12)

Los ecos del término se remontan a su pertenencia grecolatina caesarea y a su adaptación árabe al-qaysariyya que por influencia morisca derivó al castellano alcaicería, “tal es el caso de la Alcaicería, que dentro del reino nazarí, sólo existió en los centros urbanos de cierta categoría, como por ejemplo Málaga, Almería o Granada” (Castilla), y hace alusión a los pequeños barrios del viejo continente, en donde artesanos y comerciantes dedicaban sus días la venta de la seda entre callejuelas angostas.

A México el término habrá migrado en el proceso de colonización cultural, y me inclino a pensar que logró establecerse como geosímbolo cultural de la actividad cotidiana en el centro de la Ciudad, es decir como unidad espacial estructural y anímica de los habitantes de la Ciudad, quienes encontraron en el comercio el eje central sobre el que giró a lo largo de trescientos años la Colonia Novohispana y que de alguna manera fue base para la capitalización de los actores  de la transformación independentista.

            La calle de la Alcaicería, hoy llamada 5 de Mayo, se situaba de oriente a poniente y comenzaba a la mitad del Empedradillo, que era el área de jardines e hilera de casas que corrían desde la parte occidental de Catedral, pasando por Plateros hasta Tacuba (Marroquí, 1969, p.108), también era un espacio donde confluyen todas las clases sociales, en el que los personajes de la novela de Lizaldi y los reales habitantes de la Ciudad de México transformaron el paisaje urbano materializado en geosímbolo referencial de la narrativa que nos atañe. 

Desde el siglo XVI al menos tres mercados diferentes se ubicaron en el primer cuadro de la Ciudad: el mercado de bastimentos o los « puestos de indios » administrado por los indígenas, el mercado de manufacturas artesanales usadas y nuevas, también conocido como “Baratillo de la Plaza Mayor” y el mercado de productos ultramarinos o “Los cajones de madera” de la Alcaicería. Y es en este sitio en que Periquillo es asaltado abrazadoramente por las sensaciones que describe, y muy probable que por muchas otras que no son signadas en la narración: Los apetitosos olores de las almuercerías, pero también los pestilentes desperdicios de estas misas se debieron entremezclar en el ambiente; Las conversaciones a voces altas e incluso el pregonar de la vendimia, el sonido de los cacharros de cocina, el llamado de las campanas de Catedral cada determinado tiempo; el calorcito de las estufas de leña, la textura del jarro en que el pulque se servía, las bancas y mesas de madera posiblemente ásperas, y obviamente el regusto de los platillos que en estos espacio se mercaban.

            Así, la calle de la Alcaicería se vuelve personaje para mostrar el revuelo del escenario social materializado por el contacto directo de los personajes y sus espacios de convivencia cotidiana.


Reflexiones

 

Quedan (aunque apenas esbozados) los argumentos que pretenden justificar el uso de la novela de costumbres para tratar de establecer lazos sensoriales que nos podrían unir desde la modernidad, con temporalidades más lejanas a nuestra cotidianidad y aún cuando se ha echado mano de analizar la percepción sensorial de personajes de ficción, no debiera esto demeritar su cercanía a la validación historiográfica, pues la recurrencia al concepto de geosímbolo como unidad espacial estructural y anímica de un territorio específico propuesta por Jöel Bonnemaison, dá pie a considerar que las fronteras de la conciencia planteadas en la narrativa novelada, cuentan con referentes de realidad en el contexto sociocultural del que sus autores habitaron y tenían pleno conocimiento.

Si bien el pasado al se ha referido, tuvo significados muy distintos a los que les atribuimos en la modernidad y la configuración del paisaje urbano es por mucho diferente a lo que podemos apreciar en la actualidad los habitantes de la Ciudad; la interpretación sensorial que naturalmente poseemos, permitiría hacernos una idea del modo en que se delimitaban las fronteras de la conciencia de sus habitantes en la cotidianidad local.

Por último y a modo de reflexión muy personal, descubrir la existencia de una antigua Alcaicería en la Ciudad de México, como término y espacio de sincretismo cultural, cuyos antecedentes se remontan incluso a la influencia de lo ocupación Árabe en España y tener la oportunidad (aunque con evidente limitación de fuentes) de poder seguir su rastro, hasta establecer su posible localización histórico-geográfica en un territorio familiar, ha sido una aventura de ejercicio intelectual particularmente significativa.


Referencias

 

Acevedo, Antonio. La Ciudad de México en la Novela. México, Secretaría de obras y servicios  DDF, Ediciones conmemorativas, 1975

 

Boonnemaison, Jöel. La géographie culturelle. París, Ediciones del comité de trabajos históricos y científicos, 2000

 

Castilla Brazales, Juan. Andalusíes: la memoria custodiada Vol. II, Junta de Andalucía - Consejo de Cultura, Granada, 

 

Davalos, Marcela. ¿Por qué no doblan las campanas? En: Revista Historias No. 50, sep-dic, 2001

 

Payno, Manuel. Los bandidos del Río Frío, México, Porrua, 1986

 

Flores, Enrique. “Lizardi y La Voz o Cuando Los Pericos Mamen.” En: Iberoamericana, Vol. 3, No. 10, 2003

Fernández de Lizardi, José Joaquín. El Periquillo Sarniento, México, Instituto nacional de estudios hiStóricoS de las revoluciones de México, SEP, 2012

Marroquí, J.M. La Ciudad de México, México, Jesús Medina editor, 1969

Skirius, John. “Fernández de Lizardi y Cervantes” En: Nueva Revista de Filología Hispánica, vol. 31, no. 2, 1982

 

 

sábado, 25 de julio de 2020

¿Porque no doblan las campanas? - Reseña

Davalos, Marcela. ¿Por qué no doblan las campanas? En: Revista Historias No. 50, sep-dic, 2001


El presente pretende sintetizar el contenido de la investigación que Marcela Dávalos publicó a principios del siglo XXI sobre el cambio socio sensorial de la cultura auditiva en la Ciudad de México.
El texto remite a la historia de una sensibilidad auditiva de la que muy pocos representantes quedan: La comunicación emitida por los campanarios de las iglesias. Un marco de lenguaje socio-comunicativo en México cuya tradición data de la época colonial y que por diversos intereses fue constreñido su lenguaje en un proceso que revela el cambio de las referencias culturales y el comportamiento de los Mexicanos que va de los esfuerzos regulatorios del ilustrado arzobispo Lorenzana de 1766, al afán desacralizador de los liberales defensores del espacio público (incluido el aire por el que se propagan las ondas sonoras) y civilmente encarnado en “los enemigos del mucho ruido”. Y revisa la metamorfosis discursiva cuya cruzada invirtió más de cien años en silenciar los campanarios; refiriendo que durante los últimos años del gobierno borbónico existe una serie de escritos sobre el tema de las campanas, que inició como un diálogo entre los integrantes de las órdenes religiosas con la pretensión de ordenar los horarios de los tañidos y terminar con fantasiosas creencias y supersticiones populares que atribuían poderes exorcizantes a los sonidos de los campanarios, discusión que posteriormente incluyó al gobierno virreinal que encontró un la fórmula de adición de los valores religiosos y los discursos liberales e ilustrados una vía de conveniente sacralización de los actos cívicos en el estado moderno.

Hasta mediados del siglo XVII los campanarios marcaron tanto los tiempos civiles como el imaginario religioso valorando los sonidos de los campanarios como emisiones capaces de purificar los aires y dialogar con la comunidad, al tiempo que indican nacimientos, defunciones, el acaecer diurno y nocturno, el encendido de la iluminación pública, la recogida de la basura, la llegada de productos comerciales, etc… Pero a finales del XIX las polémicas anticlericales bajo argumentos de la imposición del credo religioso e invasión del derecho individual a la privacidad, procuraban poner fin al desmesurado uso de los tañidos, cuyas razones políticas de fondo revelan intencionalidades de adueñarse de ese poder y de alguna manera dirigir las acciones de las comunidades al menos desde la perspectiva de los usos comunicativos. Así, lo que se está revisando y la autora nos advierte es que “más allá de esos repiques se halla la historia de una cultura auditiva, sensible a los matices sonoros y acostumbrada a comunicarse por el rumor de los campanarios” y el riesgo de perder esa historia con los últimos sobrevivientes de una época que no volverá y ha dejado muy pocas fuentes de su existencia.