Davalos, Marcela. ¿Por qué no doblan las campanas? En: Revista Historias No. 50, sep-dic, 2001
El presente pretende sintetizar el contenido de la investigación que Marcela Dávalos publicó a principios del siglo XXI sobre el cambio socio sensorial de la cultura auditiva en la Ciudad de México.
El texto remite a la historia de una sensibilidad auditiva de la que muy pocos representantes quedan: La comunicación emitida por los campanarios de las iglesias. Un marco de lenguaje socio-comunicativo en México cuya tradición data de la época colonial y que por diversos intereses fue constreñido su lenguaje en un proceso que revela el cambio de las referencias culturales y el comportamiento de los Mexicanos que va de los esfuerzos regulatorios del ilustrado arzobispo Lorenzana de 1766, al afán desacralizador de los liberales defensores del espacio público (incluido el aire por el que se propagan las ondas sonoras) y civilmente encarnado en “los enemigos del mucho ruido”. Y revisa la metamorfosis discursiva cuya cruzada invirtió más de cien años en silenciar los campanarios; refiriendo que durante los últimos años del gobierno borbónico existe una serie de escritos sobre el tema de las campanas, que inició como un diálogo entre los integrantes de las órdenes religiosas con la pretensión de ordenar los horarios de los tañidos y terminar con fantasiosas creencias y supersticiones populares que atribuían poderes exorcizantes a los sonidos de los campanarios, discusión que posteriormente incluyó al gobierno virreinal que encontró un la fórmula de adición de los valores religiosos y los discursos liberales e ilustrados una vía de conveniente sacralización de los actos cívicos en el estado moderno.
Hasta mediados del siglo XVII los campanarios marcaron tanto los tiempos civiles como el imaginario religioso valorando los sonidos de los campanarios como emisiones capaces de purificar los aires y dialogar con la comunidad, al tiempo que indican nacimientos, defunciones, el acaecer diurno y nocturno, el encendido de la iluminación pública, la recogida de la basura, la llegada de productos comerciales, etc… Pero a finales del XIX las polémicas anticlericales bajo argumentos de la imposición del credo religioso e invasión del derecho individual a la privacidad, procuraban poner fin al desmesurado uso de los tañidos, cuyas razones políticas de fondo revelan intencionalidades de adueñarse de ese poder y de alguna manera dirigir las acciones de las comunidades al menos desde la perspectiva de los usos comunicativos. Así, lo que se está revisando y la autora nos advierte es que “más allá de esos repiques se halla la historia de una cultura auditiva, sensible a los matices sonoros y acostumbrada a comunicarse por el rumor de los campanarios” y el riesgo de perder esa historia con los últimos sobrevivientes de una época que no volverá y ha dejado muy pocas fuentes de su existencia.
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